Desde que la sala Atalaya cerrase sus puertas, Arganda no ha vuelto a conocer un cine donde se proyecten películas como tal. A excepción, claro está, de los que se suelen ubicar en verano en la Casa del Rey, en el del Parque 1º de Mayo de La Poveda o en el propio Café Teatro Casablanca esporádicamente. Uno de los concejales del municipio, Alberto Escribano, y la dueña del último cine del pueblo, María Jesús Millán, nos relatan sus historias y puntos de vista sobre este tema.
El 11 de septiembre 1975 se estrenaba Papillon en la Sala Atalaya. El cine de Arganda, situado en la calle Santo Tomás número 5, abría sus puertas por primera vez para que una multitud de vecinos y vecinas del municipio disfrutaran del estreno del momento. La sala logró vivir 26 años, precisamente hasta el 28 de diciembre de 2001, cuando la película Ni una palabra se proyectase como cierre final.
Han pasado ya más de 40 años y no queda más cine como tal. Únicamente los de veranos que se adaptan en las zonas de la Casa del Rey o el del Parque 1º de Mayo de La Poveda.
La sala Atalaya sigue habilitada y hasta la fecha es un Café Teatro que se rotula como Casablanca. En la actualidad tiene cabida para monólogos y otras actuaciones de relevancia, aunque su interior sigue recordándonos que nació para servir al séptimo arte.
Reportaje y entrevista en el Cine Atalaya 🎥
La creadora del cine Atalaya, María Jesús Millán, se casó en su cine y así nos lo relata en esta entrevista para Arganda Actual. “Cuando me casé yo salí de aquí de novia. Vivíamos aquí arriba en una casita”.
“El día de la inauguración del cine fue loca porque todo el pueblo quería verlo. ¡Hubo muchísimo jaleo! Como era un negocio familiar pues estábamos todos, claro. Antes esto era una sala de baile en vez de cine”.
No fueron fáciles los inicios del cine. Tanto es así que hasta el famoso golpe de estado de Tejero hizo que el Atalaya se quedará sin asientos. “Las primeras butacas que compramos no salieron buenas y hubo que cambiar el patio de butacas entero. ¡Y el suelo! Estando cambiándolas, venían de Valencia y fue cuando se levantó el 23F. Con los tanques en la calle, no les dejaban salir. Para nosotros fue un palo”, explica.
Anécdotas guarda mil la antigua sala de Arganda, como cuando el hermano de María Jesús se quedó dormido y asustado se levantó en la inmensidad de la sala. “Un señor se atragantó con unas palomitas, y mi marido le hizo algo y le recuperó. Mi hermano el pequeño se quedó aquí dormido y amaneció a la mañana siguiente. Al verse solo empezó a gritar”, relata.
La vida ha cambiado mucho y hasta el momento sigue sin haber una sala que proyecte películas en un pueblo de 56.386 habitantes empadronados (dato del Instituto Nacional de Estadística o INE). Los más cinéfilos tienen el cine más cerca en Rivas, a unos 10’ minutos en coche o 20’ en transporte público.
Alberto Escribano, vecino y político de Arganda del Rey
El concejal de Arganda del Rey, asambleísta de Madrid y miembro del Partido Popular, Alberto Escribano, también nos ofrece su opinión sobre este tema, como vecino de toda la vida del municipio. “Es algo que llevamos arrastrando ya demasiados años y que se hace raro que ocurra en una ciudad de la envergadura de Arganda, con una oferta de ocio escasa. Aun así, no se nos puede olvidar que el cine es una oferta de ocio privada y debería ser la administración quien diera las facilidades para su instalación, algo que no siempre ocurre”.
“Sí que recuerdo el Cine Atalaya y aunque no me dio tiempo a disfrutarlo demasiado porque era todavía pequeño. Sí tengo algún recuerdo de ir con los compañeros del colegio alguna vez. También con el boom de Titanic recuerdo perfectamente el día que fueron mis padres a verla y estaba todo agotado”, afirma.
The End
Recordando la mágica Cinema Paradiso en donde un pueblo italiano aboga por la cultura del cine en tiempos de guerra, la respuesta a la abstracción en tiempos complejos se hace difícil cuando el séptimo arte no tiene cabida en un lugar mayor.
Mientras que nadie parece preguntarse por qué sigue sin haber un cine en Arganda de Rey, la respuesta puede ser que el tiempo de ocio lo hemos dejado olvidado, a veces por un simple “qué más da”. Nuestra monotonía, trabajos y diferentes qué hacer es han hecho que nos olvidemos de una parte fundamental de la vida, el disfrute de la imaginación.
El olor a palomitas, la mano de alguien que aprecias, la ilusión en la cara de un niño y el tacto del cartón de la entrada con las yemas de los dedos son compases que deberían ser esencia y no olvidos. Como dijo James Stewart «las causas perdidas son las únicas por las que vale la pena luchar«. Tal vez un cine no sea el pilar, pero podría ser una fuente de ilusión.
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