Por Raúl Alelú-Paz
El último articulo del año tenía que, obligatoriamente, tratar sobre el SARS-CoV-2. Créanme cuando les digo que me hubiese gustado hablar de otros fenómenos, pero la aparición de las primeras vacunas y la irrupción de una nueva cepa del virus en el Reino Unido han traído una mezcla de emociones y sentimientos de esperanza y de miedo que, con el paso del tiempo, creo que será una de las características de esta pandemia.
Voy a tratar de abordar estos dos temas de forma sencilla y breve, con el único objetivo de aclarar las dudas que hayan podido surgirles como consecuencia de dichos anuncios. Vayamos primero con las vacunas. La ultima encuesta del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) arroja unos datos preocupantes: el 28% de los encuestados afirma que no tiene intención de vacunarse inmediatamente. Si profundizamos un poco más en los datos presentados, las mujeres muestran más reticencias, al igual que los jóvenes entre 25 y 34 años de edad. Y los argumentos son siempre los mismos: falta de confianza en la vacuna, miedo a los efectos secundarios, creencia de que no es necesario, etc. Quédense con el dato de que nuestros jóvenes, los responsables del desarrollo de nuestra sociedad en un futuro prácticamente inmediato, prefieren guiar su conducta basándose en sus miedos y creencias en detrimento del conocimiento científico.
Es cierto que no ayuda que Pfizer y otras compañías se hayan dedicado en las últimas semanas a sacar comunicados de prensa anunciando la eficacia de sus vacunas como si de un mercadillo de barrio se tratase. Tampoco que algún CEO de esas compañías haya aprovechado para vender acciones una vez que éstas subían como consecuencia de esos mismos anuncios, pero tenemos que entender que una parte muy importante de esta pandemia se ha convertido en un negocio muy lucrativo para muchos profesionales o compañías. Sin embargo, y entendiendo esto último, no podemos negar que sería absurdo que una compañía como por ejemplo Pfizer, que fue la responsable de la producción a gran escala de la penicilina durante la Segunda Guerra Mundial, lapidase su futuro sacando al mercado un producto que fuese perjudicial para toda la población mundial.
Es muy probable que l@s científic@s no hayamos sido capaces de explicar los beneficios de la vacuna. A veces nos perdemos en un lenguaje críptico, apto para expert@s, que nos hace sentirnos cómodos sin pensar siquiera que el público general no entiende de qué estamos hablando pero sí entiende que eso de lo que estamos hablando lo queremos “probar” con ellos. Intentemos revertir esa situación con una explicación sencilla.
Habrán oido hablar de que estas vacunas, en su mayoría, utilizan tecnología basada en el ARN. ¿Y qué quiere decir eso exactamente? Para que se hagan una idea rápida, necesito que se imaginen una fábrica de componentes que esté localizada en alguna zona de nuestro país. Esa fábrica necesita, para poder sacar sus productos finales, unas instrucciones de cómo hacer cada pieza. Esas instrucciones están en un idioma concreto, pongamos que en japonés (en el laboratorio lo llamamos ADN, y contiene las instrucciones para hacer cualquier parte de nuestro organismo, desde las neuronas que le permiten leer y comprender este texto hasta las uñas que cubren una parte de sus dedos). El problema es que los operarios que se encargan de fabricar esas piezas, no entienden el japonés. Para solucionarlo, la empresa contrata a unos traductores que pasan las instrucciones al español (esas nuevas instrucciones traducidas en el laboratorio las denominados ARN). Ahora sí, nuestros operarios son capaces de interpretar esa instrucciones y de hacer las piezas para las que han sido contratados.
En el caso de las vacunas, lo que l@s científic@s han hecho es añadir a una secuencia de ARN que no produce nada (en nuestro ejemplo, a una parte del texto que no dice nada de cómo hacer una pieza) las instrucciones de una parte del virus (no del virus completo) para que nuestras células fabriquen exclusivamente esa parte y se pueda mostrar a nuestro sistema inmunitario, con el objetivo de que así aprenda a identificar solo esa parte y, en el caso de que en un futuro nos contagiemos, tengamos ya anticuerpos que la reconozcan y recluten a los responsables en nuestro organismos de acabar con el virus, evitando así que desarrollemos la COVID-19. En otras palabras, con la vacuna estamos enseñando a nuestro sistema inmunitario a detectar una parte del virus para así prevenirle cuando venga el virus completo (en el caso de que nos infectemos).
A priori les diría que es algo muy sencillo, que se lleva haciendo en los laboratorios durante muchos años y que el riesgo de que no sea eficaz es muy bajo. Es cierto que se ha hecho en un tiempo récord, pero también es verdad que nunca antes se habían dedicado tantos recursos económicos y personales a completar un reto como este. Y eso sin mencionar que las tecnologías que empleamos ahora para el desarrollo de vacunas no son los mismos que hace 20 años, con el consiguiente acelerón en todas y cada una de las fases de creación de la misma.
Esta es la parte de la esperanza, la aparición de las vacunas frente al SARS-CoV-2. Pero vayamos ahora a la parte del miedo.
Hemos escuchado en los últimos días que ha surgido una nueva cepa del virus. ¿Qué quiere decir esto? Para explicarlo, vamos de nuevo a nuestra fábrica. Imagínense que en la cadena de producción de una determinada pieza se van produciendo errores a la hora de leer las instrucciones. Supongamos que esa pieza es, por ejemplo, un tornillo. Sabemos que un tornillo tiene tres partes: la cabeza, el cuello y la rosca. La forma de la cabeza puede ser hexagonal, cuadrada, cilíndrica, etc. Supongamos que nuestra vacuna es, en realidad, un destornillador que permite apretar únicamente tornillos hexagonales. La pregunta que nos deberíamos hacer es la siguiente: ¿cuándo dejaría de ser eficaz nuestro destornillador (vacuna) en el caso de que hubiese errores en la fabricación de los tornillos (virus)? La respuesta es sencilla: sólo dejaría de ser eficaz en el caso de que los errores en la lectura de las instrucciones afectasen a la cabeza del tornillo, pasando de ser hexagonal a cuadrado (es decir, generando una nueva cepa de tornillos). Los errores en el resto del tornillo (en el cuello o en la rosca) no afectan para nada a nuestro destornillador.
Pues eso es lo que ha ocurrido en el Reino Unido: los errores en la lectura del ARN del virus (que se producen de forma aleatoria como consecuencia de que se copia millones de veces para así seguir infectando a nuestros organismo y a otras personas) se han producido en partes que no afectan para nada a nuestras vacunas, ya que estas reconocen otras partes que no se han modificado. La situación sería otra si esos errores (denominados mutaciones) se produjesen en las instrucciones que hemos empleado en nuestras vacunas para entrenar a nuestro sistema inmunitario; en ese caso necesitaríamos otras vacunas que nos permitiesen identificar partes del virus que no se hayan visto modificadas. Pero eso no ha pasado todavía y no tiene necesariamente que ocurrir.
En resumen, pónganse la vacuna en cuanto esté disponible. No se preocupen si ya han pasado el virus y no le llaman para ponérsela porque, en realidad, no la necesitan. Y no dejen que sus miedos, provocados por las mentiras que circulan en las redes sociales y en algunos medios de comunicación guíen sus conductas.
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